Muy distante de parecerse a Ciudad Gótica está nuestra Gran Caracas. Llena de malhechores pero sin superhéroes. Bien llena de supuestos bienhechores como yo, Gabofla. Entre el desastre de picos y placas, manifestaciones civiles, falta de leche y necesidad de travesuras de gallo, estamos deambulando por este desastre con una gran sonrisa o una gran jalada en nuestras caras viendo, viviendo, sorprendiendo, aprendiendo y escondiendo el asombro de vivir en Ciudad Caótica donde el día y la noche nos dan igual. En Caracas hay mucho que hacer pero poca oportunidad de resolver y más que mal es por bien preferiblemente andar igual de caóticos porque de lo contrario las altas cuentas de la presión arterial, el colesterol y los triglicéridos dejarían a los sastres y a las costureras sin trabajo como así ya los amenaza la incesante escalada de los bolívares fuertes, quien me viera en traje de Adán subiendo y bajando las escaleras del Tolón Fashion Mall o mejor aún como futuro maniquí de Giovanni Scutaro. Más caótico aún resulta la tercera edad al volante que sigue manejando en las calles, avenidas y autopistas ya colapsadas y que dado su tiempo de vida, desaceleran el acelerador. No obstante, en Ciudad Caótica hay que saber administrar el “sencillo fuerte” pues en cada semáforo hay personal uniformado y hasta entrenado para pedir colaboración con nobles causas: sida, cáncer, minusválidos, damnificados, desempleados y afines, más cualquier ocurrencia de un caótico que sepa vender su idea en 30 segundos mientras cambia la luz. El CaoticBus, eso si es caótico, las sardinas en las latas van mejor, bañadas en un aceite de oliva que nada puede compararse con la humedad olorosa de los caóticos. Continuaré esta caótica historia...


Un caso particular en Ciudad Caótico. En un apartamento de alguna zona rica de la ciudad un chico que a sus 21 años se había confesado por siempre gay se miró al espejo tras varios días de tristeza por su relación y se preguntó con una mirada sorprendida y penetrante si pudiese tener una erección frente al cuerpo de una mujer por temor a quedarse sólo y le entra la idea de poder imaginarse, si quiera, la posibilidad de tener una familia con hijos. Le puede ocurrir que aparezca la mujer ideal como puede ocurrir que aparezca el hombre ideal antes de dicha mujer o incluso después, como puede que ese o esa nunca aparezca. Por cuestiones del destino el chico se aventura en un pensamiento donde una mujer se monta en ese barco (de temor o de una idea descabellada). En su sueño tras varios intentos se logra la satisfacción plena en sexo con la mujer con la que más adelante se hubiese tenido un par de hijos y tener una gran retrato familiar en una de las grandes paredes de su casa, él, su señora y sus dos hijos, una hembra y un varón. Al reaccionar del pensamiento, el chico se dijo, - Es un pensamiento, es un sueño, se puede hacer realidad- con cierto tono de ambigüedad en su tono. Ese pequeño caso de Ciudad Caótica me pone a pensar sobre como son las vidas de muchas parejas que si saben de fondo porque están juntas y con quién se está como también podría dar de que pensar sobre aquellas que no tienen la más mínima idea. La mente humana es capaz de desarrollar esos pensamientos y esa vía de desahogos llenos de dudas, angustias y faltas, lo que podría hacer que algunos estén con otros por esas mismas dudas, angustias y faltas.
Llegué caminando con un amigo a un banco de la ciudad y en la entrada, ante la puerta de vidrio con tubos nos encontramos a un señor bajito, de bigote, gordito, con una traje azul viejo y feo, gritándole imperativamente al vigilante: “abreme, abreme!”. Nos quedamos estupefactos ante tal escena. El vigilante le abrió la puerta desde su cubículo ubicado frente a la puerta, y ahí aprovechamos y entramos nosotros. Luego llegó la señora que limpia, con un trapito amarillo, húmedo, feo, que de mala gana medio pasó por los tubos de la puerta y con ceja alzada se quedó mirando al vigilante diciéndole con sus ojos: “bueno, estúpido, abreme”. El vigilante le abrió a la señora. Luego yo me antojé de salir del banco y agarré un tubo de la puerta y comencé a agitarla, queriendo decir con mi actitud “bueno, imbécil, ábreme”. El vigilante me abrió la puerta. Después de todo, me pregunté: ¿Cuántas personas fuimos burda de mal educadas y tratamos mal al pobre vigilante en menos de tres minutos? Ese trabajo es bien malo o la gente es muy cabeza de *^=%·”. Lo más probable es que el vigilante se diga a sus adentros: “sal cabrón”. ¿no?
Llegué caminando con un amigo a un banco de la ciudad y en la entrada, ante la puerta de vidrio con tubos nos encontramos a un señor bajito, de bigote, gordito, con una traje azul viejo y feo, gritándole imperativamente al vigilante: “abreme, abreme!”. Nos quedamos estupefactos ante tal escena. El vigilante le abrió la puerta desde su cubículo ubicado frente a la puerta, y ahí aprovechamos y entramos nosotros. Luego llegó la señora que limpia, con un trapito amarillo, húmedo, feo, que de mala gana medio pasó por los tubos de la puerta y con ceja alzada se quedó mirando al vigilante diciéndole con sus ojos: “bueno, estúpido, abreme”. El vigilante le abrió a la señora. Luego yo me antojé de salir del banco y agarré un tubo de la puerta y comencé a agitarla, queriendo decir con mi actitud “bueno, imbécil, ábreme”. El vigilante me abrió la puerta. Después de todo, me pregunté: ¿Cuántas personas fuimos burda de mal educadas y tratamos mal al pobre vigilante en menos de tres minutos? Ese trabajo es bien malo o la gente es muy cabeza de *^=%·”. Lo más probable es que el vigilante se diga a sus adentros: “sal cabrón”. ¿no?
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