
Hay que comprender el hecho de que un fenómeno se apodera del mundo. Una nación que se adueña del futuro en el presente. Grande en todas sus dimensiones, China se abalanza rápidamente sobre todos nosotros sin darnos cuenta. Los que sí se han dado cuenta la han buscado y se podría decir hasta suplicado que abra sus puertas de entrada y de salida para sus productos. Ella, por su parte ha sido muy minuciosa y meticulosa para ofrecerse al mundo, ha avanzado lentamente en pasos seguros que le hacen mantenerse lo suficientemente fuerte para soportar la oferta y la demanda y sus nuevas dependencias. No muy lejos está otra gran potencia latente, la India ha comprendido también que participar en la escena mundial la lleva a elevar sus indicadores económicos. Estas sociedades son el más claro ejemplo de la participación de los mejores en el nuevo orden económico mundial donde ambos extremos se comienzan a atraer. Del otro lado esta un competidor que no quiere arrancar, una región que todavía se discute su modelo económico. Una región que sólo necesita de planes mayores a un período de gobierno. Más de 100 millones de personas que no logran ponerse de acuerdo para la entrada en el fenómeno universal que implica la globalización. Pero mirándolo del otro lado esta actitud de Latinoamérica implica seguir el intento de querer levantar ideas que poco se acoplan a un fenómeno que no mira más allá de los números. Un sistema que deja a un lado millones y que distribuye la riqueza entre los estratos donde el no globalizado se condena al hambre. De continuar el Status Quo, los latinoamericanos se verán forzados a sufrir las consecuencias a mediano y largo plazo de su falta de decisión a tiempo para no perder una tremenda oportunidad en la que sólo se exige competitividad. Mientras tanto, China, India y Corea del Sur cabalgan bajo un Jinete que no tiene corazón.
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