Tal parece ser que la sociedad venezolana (y a lo mejor hasta la organización humana en el mundo) se ve a sí misma como un club con sus diferentes departamentos, el de la piscina, el bowling, el restaurant, el tenis, el estacionamiento, el golf, servicios, con su junta directiva que cada vez que se le antoja a los socios cambiarla hacen con el club lo que les de la gana. Bien pues, la llamada plancha de los revolucionarios llegaron a la junta y no han cesado en cumplir y proponerse planes a largo plazo, claro, con el beneplácito de los ingresos y con la facilidad de vida social que esto genera, estos señores han puesto y cambiado las reglas y normas a su conveniencia. Digamos que las normas de uso de la piscina, las van a cambiar después de ocho años. Digamos que las normas y el menú del restaurante también cambiaron. Digamos, que incluso, la junta directiva del club es intocable. Digamos que ahora la junta directiva revolucionaria se ha convertido, en dueña, ama y señora de todo en este club, donde ya no hay intención de cambio de junta.
¿Y los socios? Bien, los “nuevos socios”, bien.
¿Y los viejos socios? Unos intentan cambiar la junta, algunos se han acostumbrado a ella, otros sencillamente se fueron a otro club.
Lo cierto es que ahora en Venezuela, no hay otra manera de vernos. Llegó la plancha a la que nadie se opuso a tiempo y bien bueno, ahora estamos en el Club de Los Dueños.
¿Y los socios? Bien, los “nuevos socios”, bien.
¿Y los viejos socios? Unos intentan cambiar la junta, algunos se han acostumbrado a ella, otros sencillamente se fueron a otro club.
Lo cierto es que ahora en Venezuela, no hay otra manera de vernos. Llegó la plancha a la que nadie se opuso a tiempo y bien bueno, ahora estamos en el Club de Los Dueños.
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